😴 Uno de los primeros enemigos en aparecer cuando decides meditar es el sueño. No ese dulce descanso reparador, sino ese sopor inesperado que se cuela justo cuando te sientas a practicar. A veces es simple falta de sueño. Otras veces, es el ego disfrazado de pereza: no quiere estar presente, le incomoda el silencio.
💤 Si te quedas dormido al meditar, no te culpes. Pero sí escúchate. Tal vez necesitas descansar antes de sentarte. O tal vez tu mente está huyendo hacia el letargo para evitar ver lo que hay en tu interior. Si es así, puedes probar algunas técnicas: respirar profundamente, abrir los ojos, hacer meditación andando. O simplemente observar tu somnolencia como quien analiza a un enemigo en pantalla: ¿cómo actúa?, ¿qué la desencadena?
⚡ En el lado opuesto está la inquietud. No puedes quedarte quieto. Tu cuerpo quiere levantarse, tu mente corre como un velocista mental hacia todo lo que no es “aquí y ahora”. Es un estado incómodo, como cuando un juego tiene demasiada estimulación visual y no sabes a qué enemigo atacar primero.
🔍 En esos momentos, la mejor herramienta es la misma de siempre: la observación. Mira la inquietud como mirarías un bug que aparece en pantalla sin romper el juego. No luches contra ella, no te enfades contigo. Solo obsérvala, nómbrala, respira con ella. Estás cumpliendo la instrucción fundamental: “aparezca lo que aparezca… obsérvalo”.
🧩 Estos obstáculos no son fallos. Son parte del camino. Como cuando fallas una misión en un juego, pero la experiencia queda en tu inventario. Meditar no puede hacerse mal si estás presente. Incluso los momentos de fuga, de incomodidad, de agitación… son práctica.
🌪️ Cuando aceptas los bloqueos como parte del aprendizaje, dejas de verlos como enemigos y empiezas a verlos como entrenadores. La mente no siempre coopera, pero siempre enseña.
👉 Sigue con: Parte 4 – Lecturas que inspiran, no que distraen
📚 Índice del Capítulo 7 de Desbloquea la calma: Meditación para vivir en consciencia
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