Tu cerebro no trabaja con la realidad tal cual es, sino con una versión simplificada: un mapa mental. Como todo mapa, recorta detalles, exagera algunos elementos y elimina otros. No es la ciudad completa: es solo una representación que te permite orientarte.
Esto pasa porque tu mente aplica tres filtros principales:
- Eliminación: deja fuera información que no considera relevante.
- Distorsión: cambia ciertos datos para que encajen con tus creencias.
- Generalización: convierte experiencias concretas en “verdades absolutas”.
Por ejemplo, si un día alguien te critica en el trabajo, puedes eliminar los comentarios positivos que recibiste, distorsionar la crítica para verla como un ataque personal y generalizar: “Siempre me tratan mal aquí”. En segundos, tu mapa mental convierte una experiencia puntual en una “realidad total”.
En un videojuego sería como mirar solo el minimapa y olvidar que el mundo es mucho más grande. O como cuando rellenas los huecos de la historia de un juego porque el guion no lo explica todo: tu mente “confabula” una explicación que encaje con lo que ya conoces.
La confabulación es eso mismo: tu cerebro rellena huecos de información inventando historias plausibles. No lo hace para engañarte, sino para darte coherencia. Prefiere una “mentira ordenada” a un “vacío caótico”.
Ampliación científica:
Cuando construimos nuestros mapas mentales, intervienen estructuras como el córtex prefrontal, que organiza la información, y el hipocampo, que da forma a los recuerdos para que encajen en una narrativa coherente.
Lo curioso es que nuestro cerebro no soporta los huecos: si falta información, tiende a inventar lo que falta. Eso es la confabulación. No se trata de mentir a propósito, sino de rellenar vacíos para mantener la coherencia.
Por ejemplo, cuando alguien nos hace una crítica puntual y después recordamos esa escena, podemos omitir los comentarios positivos, distorsionar la crítica como algo más duro de lo que fue, e incluso generalizar: “Siempre nos tratan mal aquí”. Así, un evento aislado se convierte en un “mapa” que parece real, aunque en el fondo sea solo una interpretación parcial.
El problema surge cuando confundes el mapa con el territorio, ya que, es entonces cuando empiezas a reaccionar a tus interpretaciones en vez de hacerlo acorde a la realidad. Te defiendes de fantasmas, discutes con ideas en tu cabeza y sufres por escenarios que quizá nunca sucedan.
La salida no es destruir tus mapas, porque los necesitas para moverte por el mundo. La clave es recordar que son mapas, no la realidad completa. Cuanto más flexibles y conscientes los hagas, más libre serás para explorar territorios nuevos.

