Parte 1: Cuando la mente dibuja realidades
Seguro que lo has vivido alguna vez. Estás en la cama, la habitación en silencio, y de repente tu cabeza empieza a inventar escenarios oscuros. Una conversación que aún no ha pasado pero que ya imaginas como un conflicto. Una enfermedad que todavía no existe, pero que tu mente dibuja con todos sus detalles. Una caída que nunca ocurrió, pero que sientes como si tu cuerpo ya se hubiera golpeado. El corazón se acelera, la respiración se agita y la angustia se hace real… aunque nada de eso esté pasando fuera de ti.
Pero también ocurre lo contrario. Piensa en cuando recordamos un viaje soñado, en el momento en que imaginamos abrazar a alguien que queremos o en esa ilusión que sentimos cuando nos visualizamos logrando una meta. En esos instantes, nuestra mente genera esperanza, fuerza y motivación. No estamos “en el futuro”, pero lo sentimos como si ya estuviéramos allí.
La misma capacidad que puede convertirse en nuestro mayor saboteador, también puede ser nuestro aliado más poderoso. La imaginación es como un espejo mágico: refleja tanto nuestros miedos como nuestros sueños, y según dónde fijemos la mirada, transforma nuestra manera de vivir el presente.
Si lo piensas, no es muy distinto a cuando jugamos a un videojuego y nos quedamos atrapados en un mundo alternativo. Lo que ocurre en la pantalla no es “real”, pero nos hace sudar, reír, frustrarnos o emocionarnos. La mente, en esencia, funciona igual: no distingue del todo entre lo que ocurre y lo que imagina.
La pregunta entonces no es si imaginamos o no, porque lo hacemos todo el tiempo. La verdadera pregunta es: ¿qué historias estamos alimentando dentro de nosotros?
Parte 2: La ciencia de imaginar

Nuestra mente no se limita a registrar lo que ocurre; crea realidades internas constantemente. Y lo fascinante es que, para el cerebro, imaginar y experimentar no son cosas tan distintas.
La ciencia lo ha demostrado en múltiples ocasiones. Un ejemplo famoso es el de un estudio en la Universidad de Chicago: dividieron a un grupo de personas en tres. Unos practicaban tiros libres de baloncesto cada día, otros solo los imaginaban con detalle, y el tercer grupo no hacía nada. Al final del experimento, quienes entrenaron mentalmente habían mejorado casi tanto como los que entrenaron físicamente. El cerebro activaba las mismas redes neuronales que si realmente botaran el balón y lanzaran al aro.
Y no ocurre solo en el deporte. En música, en medicina, en oratoria… los ensayos mentales activan regiones cerebrales muy similares a las de la práctica real. De hecho, los neurocientíficos explican que la neuroplasticidad —la capacidad del cerebro para crear nuevas conexiones— se dispara cuando imaginamos con suficiente claridad y emoción.
Pero ojo: este mismo poder juega en contra cuando lo usamos sin darnos cuenta. Al anticipar desgracias, al repetir en bucle una preocupación, al visualizarnos fallando… estamos entrenando al cerebro para reforzar esos caminos. No es casualidad que después de horas de preocupaciones nos sintamos agotados como si hubiéramos corrido una maratón.
En lo cotidiano lo vivimos a diario. Si antes de una entrevista nos repetimos que no servimos, nuestro cuerpo reacciona: sudor, nervios, mente en blanco. Pero si ensayamos mentalmente una versión positiva —imaginando entrar con seguridad, responder con calma, conectar con la persona—, las probabilidades de que eso se acerque a la realidad aumentan.
Y aquí entra nuestro lado gamer. Antes de un combate complicado en un juego, ensayamos mentalmente la estrategia: dónde esquivar, cuándo atacar, qué ítems usar. Esa simulación interna no es tiempo perdido; es nuestro cerebro entrenando para ejecutar mejor en la partida real. Lo mismo hacemos en la vida, aunque no siempre de forma consciente.
En resumen: imaginamos constantemente, y eso nos entrena para bien o para mal. La imaginación puede convertirse en un bucle de miedos que nos paraliza, o en un motor de posibilidades que nos impulsa hacia adelante. La diferencia está en aprender a dirigirla.
Parte 3: Entrenar tu imaginación

Ejercicio 1 – Respira la escena
Busca un lugar tranquilo y cierra los ojos. Imagina un momento que quieras vivir pronto: una reunión, un proyecto, un reencuentro, un reto personal. No lo pienses de forma abstracta: visualízalo con detalle. ¿Qué colores hay en la sala? ¿Qué ropa llevas? ¿Cómo respiras? Cuanto más concreta sea la escena, más real la sentirá tu cerebro.
Ejercicio 2 – Emociona la imagen
No basta con ver: tienes que sentir. Si imaginas hablar en público, nota cómo tu voz resuena en la sala, cómo la gente te escucha, cómo una emoción positiva recorre tu cuerpo. Cuando añadimos emoción, el cerebro graba esa experiencia como algo que ya hemos vivido, y la confianza aumenta.
Ejercicio 3 – El modo entrenamiento
Hazlo como cuando te preparas en un videojuego antes de un boss final. Ensayas la estrategia: atacas, esquivas, fallas, repites. Haz lo mismo en tu mente con tu situación real. Siéntete fallando… y luego imagina corrigiendo. Ensaya varias veces hasta que la escena fluya con naturalidad.
Ejercicio 4 – Guion alternativo
Si notas que la mente te arrastra a imaginar lo peor, no luches contra esa película. Reescríbela. Cambia el guion poco a poco: si en tu cabeza “entras y te bloqueas”, vuelve a imaginarlo y añade un giro —respiras, sonríes, retomas. Cada vez que reescribes, estás enseñando a tu mente que existen otras posibilidades.
Con práctica, la imaginación deja de ser un saboteador y se convierte en tu aliada. No podemos evitar que la mente cree escenarios, pero sí podemos aprender a elegir cuáles cultivar. Como regar un jardín: las semillas de miedo crecerán si las atendemos, pero lo mismo ocurre con las semillas de confianza, creatividad y esperanza.
Fin del capítulo
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📚 Índice de la serie: Reconoce tu poder: libera tu mente, transforma tu mundo

