Parte 1: La tormenta y el mando
Estás en un atasco interminable. El reloj avanza, la reunión importante empieza en veinte minutos y apenas puedes mover el coche unos metros cada cinco. La radio repite malas noticias y notas cómo la tensión se acumula en tu pecho. No elegiste el atasco, pero sí sientes cómo te empuja a la desesperación.
Otro día, llegas a casa después de una jornada dura. Un comentario de tu pareja o un gesto de tus hijos que en otro momento pasaría desapercibido, ahora prende la mecha. Respondes con un tono más duro de lo que deberías y, en segundos, la atmósfera se ha cargado. Tampoco elegiste estar cansado ni que esa frase llegara justo en ese instante.
Y cuántas veces nos pasa con el móvil en la mano. Una notificación, un mensaje crítico, un correo malinterpretado… y el corazón se acelera como si estuviéramos en medio de un combate. Esos instantes en los que sentimos que alguien más está controlando el mando de nuestra vida.
En los videojuegos ocurre algo parecido: estás ante un jefe final que lanza ataques devastadores. No puedes evitar que los proyectiles aparezcan en pantalla. Lo que sí puedes elegir es tu movimiento: rodar hacia la izquierda, levantar el escudo o preparar un contraataque. El enemigo no cambia, pero tu manera de responder puede ser la diferencia entre caer derrotado o abrir la puerta al siguiente nivel.
Así ocurre en la vida. No siempre podemos detener la tormenta que nos rodea, pero sí podemos decidir cómo sostener el mando en nuestras manos. Y ahí empieza la verdadera libertad: no en lo que sucede, sino en la forma en que respondemos.
Parte 2: El poder de la respuesta

Hay una verdad que cambia por completo nuestra manera de vivir: entre lo que nos ocurre y lo que hacemos, siempre existe un espacio. Un instante diminuto, casi imperceptible, donde se juega nuestra libertad interior.
El psiquiatra Viktor Frankl, superviviente de los campos de concentración nazis, lo expresó con una claridad brutal:
“Entre el estímulo y la respuesta existe un espacio. En ese espacio reside nuestra libertad y nuestro poder para elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta se encuentra nuestro crecimiento y nuestra felicidad.”
Pensemos en lo cotidiano:
- Un compañero hace un comentario sarcástico. La reacción automática sería devolver el golpe con otro comentario, pero también podemos decidir responder con calma o incluso con humor.
- El metro se retrasa. La reacción automática sería la queja y el mal humor. Pero también podemos aprovechar para escuchar música, leer un poco o simplemente observar a nuestro alrededor.
- Nos critican en redes sociales. La reacción automática sería responder con rabia o sentirnos hundidos. La respuesta consciente puede ser guardar silencio, aprender algo útil de la crítica o soltarla sin dejar que nos robe el día.
Desde el punto de vista del cerebro, la amígdala es la encargada de disparar esas reacciones inmediatas, primitivas, de lucha o huida. Pero la corteza prefrontal —la parte más racional y reflexiva— tiene la capacidad de poner freno, evaluar opciones y elegir de manera más consciente. No se trata de negar lo que sentimos, sino de darle unos segundos más de vida a ese espacio entre estímulo y respuesta.
En el mundo gamer pasa algo muy parecido. Imagina un jefe que siempre abre el combate con un ataque predecible. La primera vez, probablemente caemos. La segunda, nos damos cuenta de que hay un patrón. La tercera, aprendemos a esquivar justo a tiempo. Ese pequeño lapso en el que reconocemos la señal y decidimos cómo reaccionar es lo que marca la diferencia entre repetir la derrota o abrir un camino hacia la victoria.
Elegir la respuesta no siempre es fácil. A veces el impulso parece más fuerte que cualquier reflexión. Pero cuanto más entrenamos ese espacio, más crece nuestra libertad interior. Porque la auténtica fuerza no está en controlar lo que sucede, sino en controlar lo que hacemos con ello.
Parte 3: Entrenar el espacio interior

Ejercicio del minuto de pausa
Cuando sientas que algo te altera —un comentario, un retraso, un error propio—, antes de reaccionar date 60 segundos. Respira profundo, cuenta lentamente o fija la vista en un objeto cercano. Ese minuto no cambiará lo que pasó, pero sí puede cambiar lo que harás después.
El diario de estímulos y respuestas
Durante una semana, apunta cada noche tres situaciones en las que sentiste un impulso automático. Anota qué pasó, cómo reaccionaste y cómo podrías haber respondido de otra manera. Este simple registro convierte lo inconsciente en consciente, y te ayuda a reconocer patrones.
Práctica gamer: el “modo entrenamiento”
Muchos juegos tienen un modo en el que puedes practicar movimientos contra un enemigo sin perder vidas. Haz lo mismo en la vida real: cuando recuerdes un momento en el que reaccionaste mal, recréalo mentalmente y ensaya otra respuesta. No cambiarás el pasado, pero entrenas tu cerebro para que, la próxima vez, tenga esa opción lista en el menú.
El ancla corporal
El cuerpo es nuestro mejor aliado. Cada vez que notes que la emoción sube demasiado rápido, elige un gesto que te sirva de ancla: juntar las manos, tocarte la frente, apoyar los pies firmes en el suelo. Ese pequeño ritual actúa como recordatorio físico de que hay un espacio para decidir.
Al final, entrenar esta habilidad es como subir de nivel en un juego. Cada vez que elegimos conscientemente cómo responder, reforzamos una nueva ruta en el cerebro. No se trata de ser perfectos, sino de recordar que el mando sigue estando en nuestras manos.
Fin del capítulo
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📚 Índice de la serie: Reconoce tu poder: libera tu mente, transforma tu mundo

