⏰Capítulo 16 – El tiempo expandido: cómo vivir más allá del reloj

Parte 1 – La tiranía del reloj

Seguro que lo has sentido: el reloj parece un juez implacable. Vas a una cita y revisas la hora cada pocos minutos; trabajas con un ojo en la pantalla y otro en el cronómetro; sientes que los días se evaporan antes de que logres hacer la mitad de lo que querías. Y la frase que más repetimos es: “no me da tiempo”.

Vivimos como si siempre estuviéramos en una carrera invisible. Una carrera en la que, aunque alcancemos la meta de hoy, mañana empieza otra igual o más dura. El reloj nos recuerda, una y otra vez, que nunca alcanzamos del todo.

En los videojuegos también hemos vivido esta presión. Piensa en The Legend of Zelda: Majora’s Mask, donde el mundo se acaba en tres días y cada acción está condicionada por un tiempo que se agota. O en Dead Rising, donde rescatar a los supervivientes no depende de tu habilidad en combate, sino de si llegas a tiempo antes de que sea demasiado tarde. En esos mundos, como en la vida, el tiempo no es neutro: es un enemigo que nos obliga a correr, planear y elegir qué sacrificar.

Pero aquí está el giro: no siempre hemos vivido así. Hubo un tiempo —y aún lo hay en algunos lugares y culturas— donde el reloj no gobernaba las vidas, donde la medida del día no era el tic-tac, sino el ritmo del sol, de las estaciones, de la respiración. El problema no es el tiempo en sí, sino cómo lo hemos convertido en una prisión que limita nuestra manera de vivir.


Parte 2 – El tiempo subjetivo

No todo el tiempo se mide con relojes. Existen dos formas de vivirlo: el tiempo del cronómetro, que marca lo que “deberíamos” hacer, y el tiempo subjetivo, que sentimos en la piel y en la mente.

Piensa en un día de aburrimiento: cada minuto parece eterno, como si el reloj se hubiera atascado. Ahora recuerda un momento de auténtica alegría, como una tarde con amigos o la primera vez que jugaste a tu título favorito: de repente, tres horas se esfumaron en lo que parecían diez minutos. Lo curioso es que en ambos casos el reloj marcó exactamente el mismo número de segundos.

Los videojuegos saben jugar con esta dualidad. En Animal Crossing, el tiempo se mueve al mismo ritmo que la vida real, invitándonos a un fluir tranquilo, sin prisas. En cambio, títulos como Dark Souls o Elden Ring distorsionan nuestra percepción: un jefe puede parecernos interminable en el primer intento, pero cuando por fin lo derrotamos, descubrimos que fueron apenas unos minutos de batalla. La experiencia cambia la percepción del tiempo.

La neurociencia respalda esto: nuestra percepción temporal se expande o se contrae según la emoción que sentimos. El miedo, la atención intensa o el aburrimiento hacen que los segundos parezcan más largos. La alegría, el disfrute y la fluidez nos roban horas sin darnos cuenta. En otras palabras, no siempre vivimos el tiempo que marca el reloj, sino el tiempo que sentimos.

Reconocer esta diferencia es como abrir una grieta en la prisión del cronómetro. Descubrimos que, aunque no podamos detener las agujas, sí podemos influir en cómo vivimos cada momento. Y ahí empieza nuestra verdadera libertad: no en tener más horas, sino en aprender a vivir mejor las que ya tenemos.


Parte 3 – Expandir el presente

Si el tiempo puede sentirse distinto según cómo lo vivimos, entonces tenemos un poder enorme: podemos entrenarnos para expandir el presente. No se trata de hacer que el reloj vaya más despacio, sino de llenar cada instante con más vida.

Una práctica sencilla es la pausa consciente. En medio del caos, podemos detenernos un minuto para respirar, observar nuestro alrededor, sentir los sonidos, la temperatura, el propio cuerpo. Ese minuto no cambia en el reloj, pero se convierte en un espacio amplio, lleno de presencia.

En los videojuegos también tenemos estos momentos. Entre batallas y misiones, juegos como Journey o Shadow of the Colossus nos regalan espacios de contemplación. No hay prisa, no hay enemigos: solo caminar, explorar, estar. Y esos instantes, aunque no sumen puntos ni recompensas, son los que más se quedan grabados en nuestra memoria.

Si lo practicamos en la vida real, descubrimos algo parecido. Una comida sin mirar el móvil, una conversación sin distracciones, una caminata donde escuchamos de verdad nuestro entorno… todo se expande. Vivimos más, aunque el reloj diga lo mismo.

El tiempo no siempre se trata de cantidad, sino de calidad. Y la calidad se multiplica cuando habitamos el presente con atención. Porque al final, lo que recordaremos no serán las horas que pasamos, sino los momentos que de verdad estuvimos vivos en ellas.


[Extra] Cómo percibe el cerebro el tiempo

La ciencia ha descubierto que nuestra percepción del tiempo no es fija: depende de la forma en que nuestro cerebro procesa la experiencia. El hipocampo y la corteza prefrontal trabajan juntos para registrar la novedad, la atención y la emoción. Por eso, cuando vivimos algo intenso o diferente, sentimos que el tiempo se alarga; en cambio, cuando repetimos rutinas mecánicas, los días parecen desvanecerse sin dejar huella.

Los investigadores hablan de la “paradoja de la edad”: de niños, los años parecen eternos porque todo es nuevo; de adultos, pasan volando porque entramos en la rutina. La clave, entonces, no está en tener más tiempo, sino en llenar los días de experiencias significativas y diferentes que expandan nuestra percepción.

De alguna manera, los videojuegos replican este fenómeno. Cuando jugamos por primera vez a un título complejo, cada partida parece larga, llena de descubrimientos. Pero cuando dominamos el juego y entramos en piloto automático, las horas pasan sin que apenas lo notemos. Es un reflejo perfecto de cómo funciona también nuestra vida real.

Esto nos recuerda que podemos influir en cómo sentimos el tiempo: basta con abrirnos a lo nuevo, practicar la atención plena y buscar la emoción de descubrir. Porque lo que al final da densidad a nuestra vida no son los relojes, sino las experiencias que elegimos vivir plenamente.


Fin del capítulo

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